Millones de personas fallecieron por la conocida como “gripe española” (1918-1920). Originada en los Estados Unidos, el desembarco de tropas americanas en Europa a raíz de la Primera Guerra Mundial propició la generación de la pandemia. Los mayores conocimientos epidemiológicos, así como el progreso económico y social de la inmensa mayoría de los países del mundo, permitirán que el COVID-19 no se cobre un número semejante de víctimas. Y aun así, los ciudadanos del mundo, en especial aquellos que han sufrido la dolorosa pérdida de un ser querido, tienen la impresión de que el daño producido debería haber sido mucho menor.
Problema global, soluciones particulares
La responsabilidad de las autoridades chinas, que minimizaron cuantitativa y cualitativamente la repercusión de la enfermedad, se pasa por alto en gran número de análisis. Tampoco se le suele prestar demasiada importancia a la falta de coordinación entre los responsables políticos de todo el mundo, aun cuando la era en la que vivimos, por su dimensión global y por la celeridad con la que la información se transmite, permite sobradamente lo contrario. En otras palabras, la actuación ante la crisis ha resultado ser más bien una especie de “sálvese quien pueda”, en el que los países con los gobiernos menos ineptos están saliendo mejor parados.
La manipulación sostiene una rosa
No se sostienen ni con el mejor andamiaje de manipulación los argumentos de defensa con el que algunos, cegados por la obediencia ideológica, colman a nuestro ejecutivo. Roza el absurdo decir que todos desconocíamos el impacto que podría llegar a tener el virus, equiparando de esta manera al Gobierno, que tenía en sus manos información privilegiada sobre el asunto, con una población desposeída de la misma. Rescatar, tras la superación de la pandemia, imágenes para la vergüenza convenientemente enterradas como los guantes de látex de Carmen Calvo o el “no se besa” (escenas ambas de la desgraciada manifestación del 8 de marzo), se antoja primordial para que el relato de la verdad, y no el de Iván Redondo, se acabe imponiendo entre los ciudadanos.
El Partido Socialista, consciente del potencial daño electoral que les puede acarrear, se empeña ahora en menospreciar la fantástica labor del Gobierno de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento de la capital. De nada sirve que personas como Manuela Carmena o Felipe González, nada sospechosos de tener simpatías por el Partido Popular o Ciudadanos, hayan opinado en sentido contrario. Por si había alguna duda, las risas de Pedro Duque en sus comparecencias y las carcajadas de Ábalos en cualquier lugar van dirigidas a todos los españoles.
El nacionalismo, averso a la solidaridad
Capítulo aparte merece la actitud servil de la vanguardia del progresismo nacional. Aunque muchos pensábamos que con el negacionismo previo al estallido de la pandemia habrían tenido suficiente, nos siguen dificultando el alcanzar la paz mental (en momentos donde esta resulta más necesaria que nunca) mediante la creación de simplonas teorías de la conspiración. Atribuir las recriminaciones al Gobierno en redes sociales a la proliferación de cuentas falsas es un signo inequívoco del peligro al que nos enfrentamos.
La nula voluntad de autocrítica es grave, pero más grave es todavía su ansia por restringir la opinión ajena, no de un modo directo, sino mitigando su impacto con la orquestación de campañas como la referida. Es algo que excede ampliamente sus funciones. No es nada nuevo: la confusión malintencionada en el seno del PSOE entre organización e instituciones públicas es eterna. Y ahora, en coalición con admiradores de regímenes totalitarios, el problema se acentúa.
Una lección para el futuro
Los ciudadanos de Cataluña, igual que los de País Vasco, cargamos con una doble cruz. Era de esperar que el nacionalismo, fiel amante del “cuanto peor, mejor”, no se quedase con los brazos cruzados e intentase sacar provecho de la catástrofe de algún modo. El intento de exponer a Cataluña como un sujeto político diferenciado también surgió cuando el terror yihadista hizo descender ríos de sangre por la Rambla de Barcelona; a partir de aquel 17 de agosto, la completa falta de escrúpulos morales de los líderes del independentismo quedó patente del todo.
En esta ocasión, la infinidad de hechos lamentables permanece eclipsada por uno solo: la cruel reticencia del Govern a aceptar la esencial colaboración de la UME en el levantamiento de hospitales de campaña y en la desinfección de espacios de alto riesgo como las residencias. Para los partidarios de la vía eslovena, la muerte bien compensa el logro de la independencia. Tal es su nivel de fanatismo. Una sociedad fuerte y sana como la española será capaz de coser sin secuelas las heridas que comportan semanas de anulación de la vida social. Hasta la creación de una vacuna específica viviremos tiempos de incertidumbre, puesto que nadie descarta la posibilidad de un rebrote.
Dado que las estadísticas de contagios esconden cifras mucho mayores, es de suponer que la inmunidad de grupo favorecería una propagación mucho más lenta del virus, y en consecuencia, esto permitiría una mejor respuesta por parte del sistema sanitario. Esperemos que paralelamente se adopten medidas preventivas que eviten que lo sucedido no vuelva a repetirse, ni como tragedia ni como farsa.
Com es pot ser tant manipulador. Mentiders!!!