Rebelión o sedición. Barcelona Hoy.
Rebelión o sedición. Barcelona Hoy.

Esta semana tenemos las conclusiones de fiscales y abogacía del estado en el juicio al «Procés». Se están acabando las posibilidades de seguir con la demagogia y quedamos a la espera de la sentencia.


Esta mañana nuestro viejo marino estaba expectante, nada más sentarnos le dio un buen sorbo al café y nos lanzó:

—Sigo con mucho interés todo lo relacionado con el juicio a los delincuentes, perdón «presuntos», que se juzgan en el Tribunal Supremo. Llegamos al final del juicio, solo quedan las conclusiones de la acusación particular y de los abogados defensores para que se oiga el «visto para sentencia».

Nuestra joven profesora intervino:

—Me parece oportuno que hayas matizado con lo de «presunto», porque aquello que está sometido a juicio nunca debería ser objeto de opinión hasta conocer la sentencia, pero han corrido ríos de tinta y de tertulias opinando y sentenciando sobre el tema. Este juicio ya se ha sido juzgado en la calle —como otros muchos—, lo que me parece una mala práctica que empobrece nuestra calidad democrática. Unos ya los han condenado, y otros los alaban y declaran abiertamente que se lo que se está juzgando es a unos «presos políticos».

Oriol Junqueras. Acusado de malversación.

En las declaraciones de testigos, hay una sensación algo amarga. Es el reflejo de vivir con un déficit de calidad democrática y una escasa categoría en algunos de nuestros políticos actuales. Sus declaraciones —tanto los acusados, como los que fueron de testigos— estuvieron plagadas de mentiras y quiebros para no decir la verdad. Los testimonios del presidente, vicepresidenta y ministros del anterior gobierno fueron melifluos dejaron un sabor amargo, en los que se pudo comprobar la dejación de responsabilidades que tuvieron antes, durante y después del «Procés». En este juicio no se ha empezado a tener una verdadera visión de lo ocurrido hasta que empezaron a comparecer los testigos profesionales, aunque fueran testigos de parte.

Intervino nuestra profesora:

—Tengo que reconocer que por las conclusiones que han emitido los fiscales han demostrado una gran profesionalidad, han sido duros, posiblemente porque el tema lo requiere, esgrimiendo razones y pruebas, pero la abogacía del estado ha resultado titubeante y melindrosa. Que pena que el poder político interfiera en el poder judicial. Aunque me gustaría saber tu opinión, mi buen marino, ¿Hubo golpe de estado?

La contempló sonriente y un poco burlón. Le había metido en una encerrona, pero seguro que él tenía una respuesta:

—Tengo claro que en este país solo hay «políticos presos», éstos no están juzgados por sus ideas, sino por saltarse la legalidad. Esa misma que ellos nos aplican a todos los ciudadanos, al resto de los mortales. Ellos nos hacen pasar por el aro, nos obligan a cumplir las leyes, nos persiguen, nos sancionan o nos encarcelan se las incumplimos; pero eso mismo no se lo aplican ellos. Tenemos que acatar leyes, pagar impuestos y tasas, y si no lo hacemos nos cae el peso de la ley, de las normas o de los decretos. A lo mejor nosotros también deberíamos votar y acabar con el problema.

—Acláramelo —comentó nuestra pizpireta profesora— ¿Qué es eso de que votamos y acabamos con el problema?

Nuestro viejo y socarrón marino aclaró:

—Muy sencillo, nosotros vivimos en el mismo edificio, nos obligan a pagar tasas de basura, alcantarillado, agua, impuesto de bienes inmuebles y otras fruslerías. A mi todos me parecen altos y abusivos, y con ellos mantenemos a muchos políticos y funcionarios que, creo que deben ser mejores. Convoco una junta general de propietarios, someto a votación esos puntos. La «democracia es votar». Doy mis argumentos independentistas: no queremos pagar eso, lo otro es abusivo, nos roban…, convenzo a todos los vecinos —al menos al 51 por ciento— de que nosotros todo eso lo administraríamos mejor con la independencia. Estamos convencidos que nosotros no tenemos nada que ver con el resto de los edificios de nuestro barrio. Por todo ello, en virtud de nuestra superioridad democrática y nuestra «soberanía», votamos y nos negamos a pagar todos esos impuestos y tasas abusivas, exageradas, desmedidas, injustas, improcedentes y opresivas. ¡Viva nuestra libertad!

El viejo marino se había explayado. Se había quedado tan ancho, cuando vimos acercarse al camarero y nos trajo la cuenta. Asombrados le requerimos que no entendíamos lo que nos quería cobrar, la nota estaba muy abultada. Nos sonrió y dijo:


—Estimados clientes, todos los camareros de la zona propusimos, hemos votado y aprobado por unanimidad que todos los clientes los miércoles tienen que venir vestidos de lagarterana y bailar una muñeira. En caso contrario, les aplicaremos una tasa del 35 por ciento para mantener nuestra república independiente.

Risas, carcajadas y un sentimiento algo abatido por lo ilógicas que pueden llegar a ser algunas idea. Menos mal que el mar nos enseña un horizonte muy distinto.

1 COMENTARIO

  1. Muy buen artículo y reflexiones.
    Aunque en pocas palabras, todo se resume en el 3%. Y en la quiebra del principio de solidaridad entre regiones.

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