Cuando se comete un delito, la primera pregunta que se hacen los investigadores es ¿a quién beneficia el crimen? En el caso de la paródica detención de Carles Puigdemont en Cerdeña (Italia), no hace falta ser un Sherlock Holmes para sacar la lupa del bolsillo, apuntar con el dedo al horizonte y afirmar sin dudar: ¡Beneficia a Carles Puigdemont!
¿Por qué? Elemental. Nuestro «querido Pugi» se ha convertido en un zombie político de primera magnitud. La fría y sosa Bruselas es una auténtica tumba para él. En el Parlamento Europeo se sienta en el gallinero y los únicos seres vivientes que le saludan son sus amigos supremacistas flamencos (los ex aliados de Hitler) y algún despistado y larguirucho nórdico que se pregunta quién es ese individuo que deambula por los pasillos, con el peinado cardado a lo Beatle y una palidez de bajera que haría las delicias del mismísimo Conde Drácula.
¡Es Puigdemont, por Dios! ¡El que declaró la independencia de Catalunya en el siglo XXI, pensando que su República iba a durar más de 1000 años, y que duró exactamente 8 segundos! El mayor récord político de la Historia y que – por desgracia para la gloria postrera de Pugi- no figura entre los récords del libro Guiness.
¡Qué mala suerte tiene este hombre! Entre los fanáticos separatistas catalanes, Puigdemont ha quedado como un “caguita” que prefirió huir en el maletero de un diesel que quedarse en España y enfrentarse- como lo hizo Junqueras– a la “terrible” Justicia Española. La misma Justicia “tiránica” que envió a los condenados por sedición a la cárcel-hotel más lujosa de país: la prisión de Lledoners. Tres comidas equilibradas al día, plasma, ordenador portátil, “vis a vis” a la carta, visitas de amigos, móvil, deportes, en fin, la vida segura que quisieran llevar millones de parados españoles, mientras se rompen los cuernos en libertad tratando de llegar a final de mes. El mundo al revés.
A Junqueras y demás sediciosos que se quedaron a dar la cara en España la jugada les salió redonda. Se convirtieron en mártires del separatismo catalán y a Junqueras incluso le llegaron a comparar con Nelson Mandela. ¡Por Dios, sin ningún pudor! Como si el sufrimiento de 27 años de prisión de Mandela, confinado en una celda 2,1 m de ancho, obligado a picar piedras todos los días, maltratado y vejado por guardias racistas, fuera lo mismo que el trato de vip recibido por Junqueras en la cárcel. Basta recordar que, cuando el pachá de Lledoners salió de la prisión-hotel, había engordado más de 10 kilos a base de callos, gaspachos y donuts que le traían de fuera de la prisión.
Este heroísmo de opereta protagonizado por Junqueras y sus compinches allanó el camino de ERC a la presidencia de la Generalitat de Catalunya mientras Puigdemont, el “caguita” que pudo reinar y huyó, empezó a languidecer como un espárrago que mengua lejos de su ambiente natural. Han pasado ya unos pocos años, desde que se afincó en la fría Bruselas, y su imagen pública se ha ido diluyendo hasta convertirse en un ectoplasma.
Expulsado de la mesa de negociación de Pedro Sánchez y los mariachis de ERC, otra representación teatral que no va ninguna parte, el espíritu ye-ye de Puigdemont se rebeló y montó una aparición express en la Cerdeña cuyos efectos en España han durado apenas dos telediarios. En fin, cada día somos más los que pensamos que España no debe solicitar la extradición de Puigdemont (¿para qué? ¿para que le condenen unos cuantos años y a los 3 días salga a la calle indultado?). No. Su mayor condena es estar otros 20 años en Waterloo, obligado a hablar neerlandés (la lengua de sus socios), lejos del sol de España, del calor de su Catalunya inventada, tomando cerveza caliente y comiendo mejillones de piscifactoría.
Periodista y consultor de empresas.