Tregua de Dios en Navidad.
Paz en Navidad

Estamos en las fechas navideñas. Corren unos tiempos políticamente convulsos y con incertidumbre económica. No estaría de más vivir, una tregua de Dios, unos días tranquilos.


Aunque los villancicos sonaban en las calles anunciando la Navidad, a nuestro marino se le notaba algo inquieto, los artículos de los periódicos, las tertulias de la radio o las noticias de la televisión lo mantenían tenso. Por lo que esta mañana empezó con sus cuitas:

—Lo incidentes que hemos visto estos días pasados utilizando un partido de fútbol como excusa para crear algaradas, manifestaciones y tener rehenes a los espectadores me parece inapropiado e indecente. Esa política de barricadas, incendios y cortes de carreteras es la antítesis de la política. Por si todo eso fuera poco podemos añadir la sentencia a Torra por los puñeteros lazos amarillos. Todas esas cosas están sumiendo a la política catalana y sus líderes independentistas en el más absoluto desprestigio. Por primera vez, en esta etapa democrática, tenemos a un President condenado por un tribunal. Una tierra que ha sido punta de lanza por sus cualidades, que ha sido referencia por su sensatez, ha pasado a ser gobernada por un delincuente. Porque, aunque pueda parecer un juego y una nimiedad, el respeto de las leyes por parte de los gobernantes es la base de la democracia, y cuando esas leyes no nos gustan existen procedimientos y mecanismos para cambiarlas, pero un dirigente nunca debe saltárselas, porque todos debemos ser iguales ante la ley; y yo no veo en Cataluña que no me quieran cobrar una multa de tráfico. ¡Y yo no quiero pagarla!

Nuestro marino había cogido carrerilla, en un respiro, nuestra amiga, le espeta:

—Si ya estamos en estos días navideños ¿Por qué no nos apeamos de tanta política y tanta polémica? ¿Por qué por unos días no fingimos que vivimos en mundo más amable? Estamos hartos de tanta controversia, de tanto litigio y sería bueno relajar la tensión por unos días. Podríamos hacer como los caballeros feudales durante la Baja Edad Media; esos guerreros y belicosos caballeros se sometían a la Tregua de Dios.

El marino con tono teatral y burlesco se levanta de su silla y nos dice:

—¡Invoco la Tregua de Dios!

Miramos a la joven profesora, un poco extrañados y algo divertidos por la escena, pero ante nuestra expresión nos comenta:

—En aquella época los caballeros que estaban en continuas guerras internas, con innumerables saqueos, desmanes y asesinatos, la Iglesia romana consigue convencerlos para que pararan esos desafueros desde el sábado por la noche hasta el lunes por la mañana, al considerarse días litúrgicos. Con su juramento, se consiguió que durante ese periodo se acabaran las tropelías, el pillaje, el matar animales, los robos, los asaltos y las violaciones. A eso se le conoció como la Tregua de Dios. Nos estamos remontando al año 1027, en un Concilio en Perpiñán. Posteriormente ese juramento se extendió a fechas litúrgicas señaladas, y entre ellas, la no menos importante, la Navidad, por eso os pido que hagamos una tregua, como en la época feudal durante estos días. Aunque la actualidad no parece acompañarnos.

Una bonita propuesta, una invitación a la tranquilidad hasta la epifanía. Aunque nuestro marino que había estado escuchando, y que parecía haberle gustado el símil, preguntó:

—¿Quieres que durante estas fiestas nos olvidemos de todo lo que está sucediendo a nuestro alrededor, de tantas malas noticias y sobresaltos para sumarnos al espíritu navideño?

Nos miramos en silencio con complicidad y pensamos que era una buena propuesta. En algún momento habrá que olvidarse de tanta exageración y ansias de guerrear. Dejar atrás todo eso y soñar con que las cosas también se pueden ver de otro modo. Pensar que cada día también hay cosas interesantes y positivas que, en la mayoría de las veces, nos pasan rozando sin que les prestemos atención. Por unos días disfrutemos de las cosas que nos rodean y veamos la botella más llena que vacía.

Nuestro marino, siempre batallador, no parecía estar del todo persuadido y nos espeta:

—¿Por qué no se lo planteas a todos estos que están creando tanta inestabilidad y que provocan un intento de boicot a un partido de fútbol y que buscan cualquier excusa para cortar carreteras, quemar contenedores o crear una especie de estado de sitio? ¿Por qué no se lo pides a estos dirigentes independentistas que encienden los ánimos con consignas demagógicas y que cada día están creando mayor inestabilidad, inventando agravios y magnificando los problemas? ¿Por qué…?

Entendimos que era el momento de contenerlo. Empezamos a reírnos con fuerza para acallar su retahíla. Pedimos al camarero que pusiera música de villancicos a todo volumen para acallarlo.

Entre risas, ya más tranquilo nuestro marino, convinimos que pedir la Tregua de Dios era una buena idea, y por unos días olvidar tanto ruido, tanta manipulación y tantas noticias desagradables para impregnarnos de mucha paz, de amor y de intentar tener los máximos momentos felices posibles.

Parecía que el mar se estaba calmando. Nos despedimos y al unísono expresamos un deseo: —¡Felices fiestas a toda la gente de buena voluntad!

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